La obra de Virginia Kelle ha seguido una trayectoria evolutiva que refleja su pasión por los entornos urbanos y su capacidad para capturar la vida cotidiana en la ciudad. En sus primeros trabajos, se enfocaba en pintar fachadas de calles, escenas urbanas repletas de dinamismo, en las que la gente caminando por las aceras o disfrutando de sus actividades cotidianas ocupaba un lugar central. Estas obras transmitían una sensación de proximidad con la vida urbana, con un estilo casi documental que celebraba la cotidianidad de la ciudad y sus habitantes.
Con el tiempo, su enfoque artístico comenzó a evolucionar, incorporando influencias del pop art y el street art, lo que enriqueció su lenguaje visual con elementos más atrevidos y vibrantes. En esta nueva etapa, refleja no solo el entorno físico de las calles, sino también su carácter cultural y subversivo.
Lo más destacado es el soporte en el que trabaja: la artista ha adoptado el uso de materiales como el aluminio incorporando años más tarde el metacrilato, que le otorga a sus obras una apariencia moderna, con un acabado brillante y translúcido, marcando un límite invisible entre dos espacios. Así el espectador participa en ellos como un personaje más, ese escenario del que todos somos partícipe. Esto no solo refuerza la estética contemporánea de sus piezas, sino que también refleja la interacción entre lo industrial y lo artístico en la ciudad, haciendo eco de los materiales que encontramos en las calles urbanas.
Este recorrido desde la representación de la arquitectura urbana hasta la inclusión de elementos de arte callejero ha permitido a la artista desarrollar una voz única, siempre a través de un lenguaje visual cargado de color y energía.
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